Si no gritas, no te haré daño

protesta-foto-fernando-sanchezProtesta de Rodea el Congreso en Madrid. FERNANDO SÁNCHEZ

Laura Casielles | La Marea

Dos de los pilares en los que asienta el poder son la administración de la información y la administración del miedo. La de la información la vemos y comprendemos constantemente: desde las mezquindades cotidianas hasta las estrategias de más alto nivel, quien sabe algo, si no lo da a conocer, puede llevar la rienda. En cuanto al miedo, por irracional es maleable, se puede crear y conducir. Aunque sea una reacción natural e instintiva, sus detalles están sujetos a la manipulación: muy a menudo, a lo que tenemos miedo es a lo que se nos dice que debemos tenérselo.

Hay una imagen que hemos visto mil veces en las películas. Malos con cara de malos, encapuchados muy reconocibles, se acercan a alguien por la espalda, con clarísimas aviesas intenciones. Llevan en las manos un pañuelo, que se disponen a atar sobre la boca del inocente, desprevenido, protagonista. Y mientras tiran de los extremos del nudo, se les oye afirmar: “Es por tu bien”. “Si no gritas, no te haré daño”, dicen siempre.

No la estamos viendo, pero esta escena se está dando en estos días en cada una de nuestras vidas. Mañana, jueves 11 de diciembre, se presenta para su aprobación por el pleno del Congreso la llamada Ley de Seguridad Ciudadana, una serie de disposiciones que según la versión oficial pretenden protegernos de una supuesta inseguridad creciente. Y que, sin embargo, gracias al análisis de quienes la observan desde la perspectiva de los derechos humanos y las libertades civiles, se ha ganado el sobrenombre de Ley Mordaza. Un nombre que le viene al pelo en tanto, efectivamente, se nos acerca por la espalda y nos tapa la boca mientras dice: “Es por tu bien. No te haré daño… si no gritas”.

La Ley Mordaza llega a la Cámara saltándose buena parte de los procedimientos de consenso y transacción habituales. Si, como es previsible, mañana se cumple el trámite de su aprobación, sólo faltará una última validación, la del Senado, para que su proyecto sea una realidad. En un año electoral, y en el que los escándalos y el malestar social se reproducen imparables, alguien parece tener mucha prisa por hacernos callar.

Porque resulta claro que se trata de eso. El eufemismo de “seguridad” no logra ocultar que de lo que en realidad se habla es de la más burda acepción de “orden”: el orden triste de las sociedades que acallan los gritos. Los dos viejos clásicos: la administración de la información y la administración del miedo. Las diversas disposiciones de la nueva ley afectan a muchos aspectos de la vida pública: extranjería, derecho a la comunicación, uso de los espacios de la ciudad. En una visión que recuerda a aquel arcaico concepto de “orden público”, lo mismo atañe al comercio con drogas que al ejercicio de la expresión y la reunión; lo mismo se ocupa de la venta ambulante que del ultraje a los símbolos de la patria. Quiere ciudades de apariencia limpia sin atender a las causas de los aparentes desórdenes. Quiere reprimir, no resolver. Y, por eso mismo, se ocupa sobre todo de señalar como infracciones muchas actividades relacionadas con la movilización ciudadana y la protesta pública. Esta es una ley para intentar convencernos de que a lo que debemos tener miedo es a nosotros mismos.

Pero lo que realmente da miedo son algunas de las cosas que recoge. Da miedo que se permita el cacheo en público o el registro de vehículos como medidas preventivas, y en general la idea de que no hace falta un indicio de delito para comenzar con las medidas. Según esta ley, todos somos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario, y eso da miedo. Da miedo la puerta abierta a las llamadas “devoluciones en caliente”: será posible expulsar sin ningún trámite judicial a las personas extranjeras que la Guardia Civil localice intentando cruzar la frontera, en una violación flagrante del derecho de audiencia de los solicitantes de asilo. Da miedo la insistencia en los registros documentales de actividades como hospedajes, desguaces o compraventas varias (sobre todo porque, como siempre, afectan a las pequeñas transacciones, y dejan impunes las grandes ocultaciones). Da miedo — mucho miedo, el mayor miedo— el que se llame al “deber de colaboración”: a controlarnos entre nosotros, a activar el gen del chivatazo.

Y por si estos temores fueran pocos, el temblor se dobla porque esta Ley Mordaza no sólo administra el miedo, sino también la información. A las medidas de orden público se suma otra serie preocupante: la que las blinda a base de dificultades para informar sobre todo ello. La ley contiene una batería de disposiciones que penalizan a los periodistas y fotógrafos que se empeñen en hacer su trabajo, que es el de dar a conocer lo que ocurre. Así, se prevén multas para quienes difundan imágenes de las fuerzas de seguridad, impidiendo que los abusos de autoridad y violencias que puedan derivarse de la aplicación de esta ley lleguen a nuestros ojos.

En este doble juego de administrar información y miedo, una mentira fundacional sirve de suelo para muchas otras: nunca es cierto que restringir el acceso a la información sea un modo de protegernos.Vienen a ponernos las mordazas, y naturalmente quieren hacerlo con la luz apagada. Pero en esta película la amenaza no se combate cerrando las puertas, sino, por el contrario, abriendo bien las ventanas, saliendo a todas las calles, gritando más. Si hablamos de seguridad ciudadana, más bien deberíamos hablar de lo contrario a las mordazas; hablar más bien de leyes que garanticen la posibilidad de que nos enteremos de lo que ocurre: protección de los comunicadores, derecho a la información, transparencia de los datos públicos, democratización del acceso a los medios, mecanismos que garanticen y potencien la libertad de expresión. Porque seguridad es también saber tener el miedo correcto, y ese nunca es a los gritos justos de nuestros iguales, sino a quienes quieren taparnos la boca mientras desvalijan nuestra casa.

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